EL CAMINO SIN TI

Este espacio es creado amorosamente para transmitir mi experiencia de vida y lo que he crecido a raíz de la muerte de mi hijo Alejandro.

"Lo importante no es lo que la vida te hace, sino lo que tu haces con lo que la vida te hace". Edgar Jackson.

La historia de Alejandro


Fue maravilloso saber, justo el día de mi cumpleaños, que sería mamá por primera vez.  Nueve meses después nació Alejandro, un niño sano, hermoso, sensible, amoroso y muy soñador. Fue Tarzán, Peter Pan y su favorito, Batman; para él nunca fue un problema salir  en cualquier época del año vestido como su personaje de turno; recuerdo que un día me dijo: "si yo me voy a vivir al país del niño Jesús, ¿allí también me puedo disfrazar?", con el corazón arrugado, pero con gran certeza le respondí que en ese mágico lugar sólo   tendría que cerrar sus ojitos, imaginar el disfraz más espectacular, y al abrirlos lo tendría puesto. Ahora más que nunca sé que toda esa historia es verdad. 

Siempre le costó memorizar lo enseñado en el jardín infantil, entonces se convirtió en inventor de canciones y de cuentos; zanahorias, caballos, delfines y hasta leones en la luna fueron sus protagonistas más importantes. Y es que ese pequeño y frágil ser, guardó un espíritu muy grande en su interior, así como guardó su mascota en el zoológico de Medellín: se trataba de un feroz león, el que no sé por qué razón asumió como propio; “papi, vamos a visitar a mi león”, proponía siempre los domingos. Curiosamente, quiso subir al último piso del edificio más alto de la cuidad, deseo que pudo cumplir, y lleno de emoción se sintió  más cerquita del cielo.

En los primeros días de agosto de 1994, mi rutina cambio, fue tan sólo una frase del médico que tenia frente a mi, suficiente  para  que  todo en mi vida fuera diferente; “ya tenemos   el resultado  del  examen”, dijo “Alejandro tiene  una leucemia  mieloide  aguda,  si  fuera mi hijo, empezaría hoy mismo la quimioterapia”. Con mi pequeño en   brazos, aún adormilado por los efectos de la sedación a la que tuvieron que someterlo para hacerle el doloroso aspirado de médula, escuchaba tratando de estar lo más serena posible las indicaciones del médico, quien entre cada frase recuerdo que me decía “si no lo perdemos”. Salí de aquel hospital con mi vida totalmente paralizada, era como si de repente algo se me hubiera puesto en el camino y no me permitía ver ni sentir; estaba sola porque mi esposo estaba fuera de la ciudad; era la 1 p. m.  y sólo podía pensar en  que tendría que estar en otro hospital a las 4 p. m. para iniciar el tratamiento y no podría hacerlo sin el consentimiento de su  padre. En aquella época apenas se iniciaba la era de los celulares y estaban sólo al alcance de unos pocos, así que no tenía forma de comunicarme con él; además la guerrilla había dinamitado  las  antenas de comunicación y era  imposible cualquier contacto. Llegué a casa de mis padres, fue mi madre quien me abrió la puerta, puse al niño en sus brazos y mi saludo fue simplemente la confirmación del  diagnóstico. Hoy escribiendo esta historia, 15 años después, me doy cuenta de que no la miré a la cara, no tengo ni idea de cuál fue su reacción, yo estaba aturdida, tomé el teléfono para llamar a la empresa aseguradora con el fin de que me diera las respectivas  autorizaciones. Cuando la persona encargada del tramite me preguntó cuál era el  diagnóstico, fue como despertar de un shock, pues al verbalizar la frase “mi hijo tiene Leucemia Mieloide Aguda” rompí en un llanto imparable, lloré mientras al otro lado del  teléfono aquella mujer esperaba paciente que yo pudiera continuar para darle trámite al proceso. Un poco más tranquila me senté a pensar en  lo que tenía que hacer para lograr la autorización de mi esposo, respire profundo, pensé en el ángel de la guarda, y  en ese  momento sonó el teléfono, era él, por casualidad pasaba por un lugar donde  milagrosamente tenían señal telefónica, sólo le dije que teníamos que someter al niño a  varios exámenes y que era mejor que nos acompañara, estaba a tres horas de distancia y me preocupaba su reacción. Finalmente llegó a tiempo, y con el corazón destrozado al conocer la noticia, se fundió en un abrazo con su hijo y autorizó el tratamiento al que estuvo dolorosamente sometido nuestro pequeño Alejandro durante año. Y así fue, un año lleno de tristeza. Ver cómo la luz de él se apagaba cada día. Nunca dejó de sonreír y ser ese niño tan alegre y creativo.

El 7 de agosto de 1995, Alejandro murió, dejándonos un legado de amor y sobretodo inspirándome para encontrar mi misión y llevarla a cabo.

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